El camino a ninguna parte

Here we present a Spanish translation of The Road to Nowhere by Claire Wordley, a short story based on the real conflict in the Isiboro Sécure National Park and Indigenous Territory (TIPNIS), Bolivia. Read the original version in the latest issue of The Niche.

Rainforest
Credit: Ben Britten, Ben Britten, Flickr. CC-BY 2.0

Marya estaba acostumbrada a ser subestimada. En la escuela, pensaban que era retrasada porque había pasado cinco años en el bosque y hablaba español con un fuerte acento Tsimane. En su trabajo la subestimaban porque era pequeña, callada y nunca mostraba sus sentimientos. La policía ni siquiera se molestó en golpearla mucho en las protestas porque era muy pequeña. Ser pasada por alto tenía sus ventajas.

Algunos miembros de su familia pensaban que habían ganado para siempre. Protestaron, marcharon hasta La Paz, cientos de kilómetros de ampollas y dolores musculares, moretones por los golpes, ojos irritados por los gases lacrimógenos. Habían ganado; la carretera estaba cancelada, dijo el gobierno. El parque nacional TIPNIS era inviolable a partir de ahora. Sin cicatrices de asfalto a través de su bosque. Sin cocaleros que traigan degradación y violencia. Podían irse a casa, y su casa era segura.

Marya no estaba tan segura. Una vez que se pensó en el camino, no se lo podía olvidar. Mucha gente no quería que sea olvidado. Gente con dinero, armas y amigos en altos cargos.

Nuestro poder viene del bosque, le había enseñado su padre. Somos parte del bosque, como los árboles, los hongos o los jaguares. Todas estas cosas tienen poder; el poder de matar, de reciclar la muerte, de hacer crecer algo nuevo y vibrante de lo viejo y lo podrido. Ella vio el bosque y vio que era verdad. Pero el poder de las motosierras y la codicia funcionaba más rápido que el poder de los árboles o los hongos.

Había aprendido más sobre el poder de los seres vivos estudiando biología en la universidad. No había sido tan ignorada allí, siendo la tercera de su clase. Pero las universidades extranjeras todavía no la querían como estudiante de posgrado; su título era considerado de segunda clase, en el mejor de los casos. Afortunadamente, la hermana de su mamá trabajaba como técnica de laboratorio en Los Ángeles y pudo conseguirle un trabajo allí. Los jefes de laboratorio se alegraron de que esta solemne y eficiente joven trabajara hasta tarde, procesando sus muestras. La microbiología era su fuerte; todo un mundo en una placa de Petri. Organismos invisibles e ignorados, con poderes sorprendentes.

Fue cinco años después que las protestas comenzaron de nuevo. Aparentemente, el bosque era ahora no-inviolable de nuevo. El trazo de un lápiz, las líneas sobre el papel y las líneas a través de los árboles comenzaron. Volvió a casa; su padre la necesitaba. Cada día había máquinas que recorrían las plantaciones de coca hasta el borde del bosque, cortando, cavando y consumiendo los árboles y todo lo que vivía en ellos. Los nidos de pájaros yacían aplastados en el suelo. Los lagartos fueron atropellados por excavadoras. El aire era espeso con el olor acre a asfalto siendo puesto.

Fue extraño cuando unos meses después la carretera dejó de avanzar. Colocaron el asfalto, caliente, negro y humeante, y en pocas semanas ya no estaba. Las máquinas empezaron a averiarse, casi desde dentro. Sospechaban de los indígenas y vigilaban la carretera con luces, armas y perros. Pero nunca vieron a nadie. Las lluvias llegaron y los árboles comenzaron a crecer sobre las cicatrices del camino. Los arbustos brotaron de las excavadoras.

El padre de Marya sabía que su hija estaba involucrada de alguna manera.

Marycita, le preguntó. ¿Cómo lo hiciste?

El poder de las cosas diminutas, dijo ella. Pequeños seres vivos que comen asfalto y metal. Los tenían en el laboratorio de Los Ángeles. Yo los crié. Los hice más fuertes. Los dejé ir.

¿Qué pasará ahora? Preguntó.

Esto, contestó ella. Esto, en todas partes. Los trabajadores tienen las diminutas cosas vivientes en sus zapatos. También lo hacen los funcionarios del gobierno que vinieron a ver las obras, y los jefes de las compañías extranjeras. Dondequiera que vayan, esparcirán mis pequeños seres vivos. Se apoderarán del mundo. Estaremos a salvo de nuevo.

Marya, contestó, lágrimas en los ojos, Marya, chiquita, yo nunca te subestimé.

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By Claire Wordley, clairewordley.com
Translation by Alfredo Romero-Muñoz.

The English version of this story was first published in The Niche (December 2018, p66). If you would like to write a piece of ‘eco-fi’ for The Niche, email the editor, Kate Harrison.